El terror ancestral que sigue vivo – Noches de Miedo 43
La noche se vistió de misterio y presagios antiguos en el episodio 43 de Noches de Miedo. Desde el primer segundo, una atmósfera de inquietud se apoderó del set: fallas técnicas, micrófonos rebeldes, cámaras borrosas. Algunos dirán que fue simple mala suerte; otros, que las entidades que habitan en los relatos de esa noche ya merodeaban el estudio. Nada fue casual.
Óscar Alcázar, acompañado de la inconfundible presencia de Magi, intentaba mantener el control del programa mientras la señal fallaba y el micrófono parecía susurrar más que hablar. Pero cuando finalmente la tecnología cedió y las voces emergieron nítidas, la audiencia respondió con fuerza desde todos los rincones: Tolimán, Washington, Querétaro, Villa Progreso, Houston… La comunidad nocturna estaba lista para abrir el portal del horror.
La noche estaba dedicada a los nahuales, esas criaturas ancestrales que cargan con la dualidad humana y animal, que se deslizan entre sombras para proteger… o para destruir. El programa fue un viaje por las culturas originarias, un repaso a las leyendas que se niegan a morir y que, al contrario, parecen cobrar vida en cada testimonio. Óscar explicó cómo los nahuales han sido figuras centrales en tradiciones aztecas, mayas, apaches y más. Su papel como chamanes o brujos era tan respetado como temido.
Pero lo que realmente elevó el episodio a una categoría mítica fue la interacción con el público. Las llamadas comenzaron a entrar. Una en especial hizo temblar hasta la fibra del alma: un oyente relató la historia del “húngaro de Cadereyta”, un supuesto nahual que vivió a finales del siglo XIX y que fue linchado en su forma animal, colgado de un mezquite tras una serie de desapariciones de animales domésticos. Cuando lo encontraron, su cuerpo volvió a la forma humana… ya sin vida.
A esa llamada le siguió otra aún más escalofriante: una vaca abría un corral cada noche, liberando ganado. El abuelo del testigo disparó contra ella y, al caer, la criatura se transformó en una bruja, o algo peor. Relatos cargados de realismo, con nombres, lugares, fechas. No eran cuentos para niños. Eran heridas abiertas en la memoria colectiva.
Óscar no solo escuchaba: también aportaba con conocimiento histórico y referencias culturales. Citó el Museo de las Ánimas en Querétaro, donde una enorme figura de nahual da la bienvenida a los visitantes, y recordó cómo muchos chamanes “verdaderos” practican para el bien, mientras que otros —charlatanes con fines económicos— ensucian esa tradición.
La audiencia estaba absorta. La transmisión no era solo un programa, era un ritual. Se habló de cómo algunos nahuales pueden desprenderse de un ojo, un brazo o incluso los intestinos para transformarse. Si no regresan a tiempo a su cuerpo, mueren. Hay quienes vuelan en forma de tecolotes y quienes merodean como perros negros que huelen a muerte.
Y en medio de toda esta mitología viva, surgió una historia que dejó sin aliento: la de una madre paralizada cada noche mientras una figura con forma de animal intentaba llevarse a su bebé. Solo un perro —Tomás— se interponía. Pero un día, Tomás desapareció. Nunca más volvió.
El episodio concluyó con reflexiones sobre el poder del bien y el mal, con llamados a compartir más historias y a no temer al conocimiento ancestral. La comunidad pidió más: más relatos, más locaciones, más noches donde la oscuridad sea iluminada por la voz del pueblo.
Y así, entre agradecimientos, sugerencias de temas como satanismo y sacrificios, y una promesa de volver, cerró uno de los episodios más intensos de la serie. Porque en la Casa de Noches de Miedo, cada palabra evoca un espíritu. Y cada espíritu… reclama ser escuchado.
