En Ezequiel Montes
La reciente desarticulación de una red de robo de celulares en la Feria de Ezequiel Montes es, en apariencia, una buena noticia. Cinco detenidos, más de 30 teléfonos asegurados y la sensación de que, por fin, la Secretaría de Seguridad Pública hizo su trabajo. Pero si algo ha quedado claro es que esta no fue una acción preventiva ni resultado de inteligencia policial eficiente, sino una reacción forzada ante el clamor social que puso contra la pared a las autoridades municipales.
La Feria, espacio que debería ser de convivencia familiar, se convirtió —una vez más— en terreno fértil para la delincuencia, mientras los elementos de seguridad paseaban entre puestos sin notar que los carteristas trabajaban a plena luz del día. No fue hasta que las denuncias de los afectados se acumularon, y que la presión ciudadana comenzó a incomodar en redes sociales, que finalmente se actuó. Una muestra más de que en Ezequiel Montes la seguridad pública no actúa por prevención, sino por vergüenza pública.
Cinco detenidos y una ciudadanía indignada
La captura de los cinco presuntos ladrones —originarios del Estado de México, Ciudad de México y Querétaro— deja en evidencia algo más grave: Ezequiel Montes no solo tiene problemas de seguridad, sino que se ha vuelto un imán para grupos delictivos foráneos. ¿Cómo es que estas personas lograron operar durante varios días sin que nadie notara su presencia? ¿Dónde estaba la vigilancia preventiva? ¿Cuál fue el protocolo de seguridad de la Feria?
El triunfo de la burocracia sobre el sentido común
Pero si algo coronó esta historia fue el remate más absurdo: los celulares asegurados no fueron devueltos de inmediato a sus dueños. En lugar de cerrar el ciclo de justicia con eficiencia, las autoridades decidieron aferrarse a la burocracia, citando a las víctimas en la fiscalía para “reconocer su equipo”. Es decir, te roban, te ignoran, te exigen denunciar, capturan al ladrón… y luego te hacen una cita para que quizás algún día recuperes tu teléfono. Increíble.
¿Y el criterio de servicio? ¿Y el derecho de los ciudadanos a una atención digna? ¿Por qué no hubo un módulo inmediato para facilitar la identificación y entrega de los dispositivos? En Ezequiel Montes, incluso cuando las autoridades atrapan a los delincuentes, logran convertir la solución en otro problema.
Una victoria forzada y sin gloria
Esta “desarticulación” no fue el resultado de una estrategia de seguridad, sino el eco de cientos de reclamos que, al final, hicieron que los funcionarios despertaran del letargo. Celebrar esta acción sería como aplaudirle al bombero que llega cuando la casa ya se ha reducido a cenizas. La captura fue inevitable, no meritoria.
La ciudadanía de Ezequiel Montes no quiere operativos tardíos ni simulaciones de eficiencia. Quiere un gobierno que no necesite ser empujado para hacer su trabajo. Quiere prevención, cercanía, inteligencia y respeto.
Y sobre todo, quiere que cuando se haga justicia, no venga acompañada de trámites que parecen castigos adicionales. Porque si después de ser víctima, la respuesta institucional es otra fila, otro papel y otra humillación… entonces algo está muy mal en la forma en que se concibe la seguridad pública.
La pregunta que queda es: ¿para cuándo una seguridad que actúe antes del robo, y no después de la indignación?
