¿Creemos por Fe o por Desesperación?
Cuando el corazón aprieta, la razón muchas veces se ausenta. Eso quedó claro en el episodio 52 de Mutaciones, donde Paloma Cadena y Óscar Alcázar se adentran, sin pelos en la lengua ni miedo al qué dirán, al fascinante —y a veces delirante— universo de los rituales para el amor. Desde el primer minuto, la conversación se tiñe de humor ácido, anécdotas personales y verdades incómodas que hacen que rías, te identifiques… y de paso, cuestiones si tú también alguna vez pusiste al santo de cabeza.
El episodio arranca con risas y una confesión involuntaria: Óscar grabó accidentalmente un plano no tan discreto de Paloma en otra transmisión. Lejos de incomodarse, ella se ríe y la conversación fluye como si estuviéramos en la sala de una casa con café y pan de dulce. Con esa calidez desenvuelta, entramos al tema central: ¿por qué tantos creemos en los rituales para el amor?
Una cifra impactante emerge como detonante de la charla: el 72% de los mexicanos cree en rituales más que en la ciencia. No es poca cosa. Desde usar calzones rojos en Año Nuevo hasta comprar jabones “Ven a mí” o “Mel”, pasando por amarres, cartas al universo y baños con ruda, Paloma y Óscar diseccionan este fenómeno con mirada crítica y humor desvergonzado.
La conversación escala cuando aparece uno de los protagonistas más polémicos del episodio: el colibrí disecado en bolsita roja. Paloma lo menciona como si fuera una leyenda urbana, pero rápidamente se convierte en símbolo de hasta dónde puede llegar la desesperación humana. Con indignación, ella lanza una advertencia clara: «Tu deseo no vale más que la vida de un ser vivo». A su lado, Óscar recuerda cómo incluso políticos llevan pulseritas rojas, ojitos de venado y amuletos, lo que demuestra que la creencia en lo esotérico trasciende clases sociales, ideologías y estatus.
Uno de los momentos más memorables es el relato de Paloma en el Mercado de Sonora. Entre túnicas blancas, turbantes y figuras de la Santa Muerte, confiesa haberse sentido como si hubiera cruzado a otra dimensión. Y aunque asegura que no cree en esas cosas, admite haber sentido respeto ante un mundo cargado de fe, tradición y misterio. Su descripción es tan rica en detalles que el espectador casi puede oler el incienso, escuchar los rezos de fondo y ver los frascos con líquidos sospechosos etiquetados como “amarre eterno” o “dominador macho alfa”.
Pero no todo es mofa. A mitad del programa, ambos conductores bajan el tono y reflexionan sobre la manipulación emocional que muchas personas sufren por parte de supuestos brujos o “trabajadores espirituales”. Hablan de casos reales donde mujeres y hombres han sido extorsionados por miles de pesos —uno incluso por 500 mil— por promesas de reconciliación, venganza o protección. Ahí, la conversación da un giro sombrío, recordándonos que detrás del folclore también hay tragedias.
Lo más duro no es el dinero, coinciden, sino la esperanza rota. Porque cuando uno recurre a un ritual de amor, muchas veces lo hace desde la soledad, el dolor, el abandono o el miedo a no ser suficiente. El episodio no juzga —o al menos no del todo—, pero sí lanza una poderosa crítica: “No hay varita mágica que supla el trabajo emocional. El verdadero ritual es uno que se hace todos los días: el de la honestidad, la comunicación, la autoestima”.
Y entonces llega el clímax. Entre jabones que se frotan “estratégicamente” para atraer al ser amado, testimonios de “amarres que funcionan” y frases como “el único jabón que sí sirve está en el motel”, el programa se convierte en una tragicomedia moderna. Ríes, pero también te preguntas: ¿qué tan lejos he estado de caer en algo así?
El cierre es una joya. Óscar, con su estilo provocador, lanza una frase que bien podría enmarcarse en la puerta de cada casa: “El mejor ritual de amor es mirarte al espejo y tratarte con el cariño que esperas de otros.” Paloma asiente, y entre bromas, recuerdan que no todo lo esotérico es malo… pero que si vas a creer en algo, que sea en ti.
Así concluye un episodio que más que programa, es un espejo. Nos muestra lo absurdo, lo hermoso y lo triste de lo que somos capaces por amor. Nos invita a reírnos de nuestras contradicciones, a recordar con ternura esos momentos en los que prendimos una velita con la esperanza de que nos hablara ese alguien… y también a despertar.
Porque si hay algo que queda claro en este capítulo es que, en tiempos de incertidumbre, todos queremos creer en algo. Y aunque sea con jabón Mel o con una cucharada de realidad, lo importante es no olvidar que el amor no se invoca: se construye.