Por: Salvador CorleonnePor: Salvador Corleonne
Amealco, Qro.-Las redes sociales, esa ventana indiscreta a la vida de nuestros gobernantes, nos han regalado una estampa que, cuanto menos, resulta desconcertante. El alcalde de Amealco Oscar Pérez, ha tenido a bien obsequiarnos un video luciendo una prenda que no ha pasado precisamente inadvertida: una camisa de la prestigiosa (y prohibitiva para la mayoría) firma italiana Louis Vuitton. Su valor estimado, alrededor de 50 mil pesos mexicanos, ha levantado más cejas que las que pueblan todo el municipio.
Entendámonos, el edil naranja está en su legítimo derecho de invertir su salario, ese que generosamente le otorgan los contribuyentes de Amealco, en lo que mejor le plazca. Faltaría más que le dictáramos en qué gastar los casi CIEN MIL PESOS que, mes a mes, engrosan su cuenta bancaria. Aquí el debate, señoras y señores, no versa sobre la libertad de consumo, sino sobre algo mucho más profundo y, a mi juicio, alarmante: la desconexión abismal entre el representante y sus representados.
Porque, seamos puntuales, Amealco no es precisamente un enclave de millonarios. Las estadísticas oficiales nos recuerdan una realidad tozuda: cerca del 60% de su población lidia con algún grado de pobreza. Mientras el alcalde pasea una prenda que equivale a más de la mitad de su sueldo mensual, la mayoría de sus gobernados apenas araña un salario mínimo que, traducido a la jornada diaria, palidece miserablemente ante los más de tres mil pesos que percibe el señor Pérez… ¡al día!
Esta ostentación, lejos de ser un simple desliz de vestuario, se erige como un monumento a la falta de empatía. Es el grito silencioso, pero ensordecedor, de una clase política que parece vivir en una burbuja de privilegios, ajena a las penurias que enfrentan quienes les otorgaron su poder. La soberbia, el descaro de sentirse intocables, los lleva a desfilar su opulencia sin el más mínimo rubor, dejando al descubierto una sensibilidad política tan fina como un adoquín.
Pero la cosa no termina en el desafortunado vestuario. Este episodio pone de manifiesto otra preocupante constante en muchas administraciones municipales, incluyendo, lamentablemente, la de Amealco: la flagrante inoperancia de las áreas de comunicación social e imagen. Un departamento profesional y perspicaz habría alertado sobre el impacto negativo de esta exhibición, habría diseñado una narrativa que conectara con la realidad de los ciudadanos, en lugar de alimentar la brecha entre el gobernante y el pueblo.
No nos equivoquemos, la comunicación y la imagen no son meros adornos de una administración. Son herramientas cruciales para construir confianza, para transmitir empatía, para proyectar una visión que resuene con las necesidades de la población. En el caso del alcalde Pérez, la ausencia de una estrategia comunicacional sólida, o peor aún, la existencia de una estrategia terriblemente errónea, se evidencia en este tipo de deslices que erosionan la credibilidad y alimentan el resentimiento.
En definitiva, el «look» de Louis Vuitton en Amealco no es una anécdota folclórica. Es un síntoma preocupante de una clase política que, en muchos casos, parece haber olvidado a quién se debe. Es un recordatorio amargo de la urgente necesidad de empatía, de sensibilidad y de profesionalismo en quienes ostentan el poder. Porque, señor alcalde, mientras usted desfila con una camisa de cincuenta mil pesos, muchos de sus ciudadanos se preguntan cómo llegarán a fin de mes. Y esa, créame, es una imagen mucho más poderosa y reveladora.
