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domingo, junio 1, 2025

¡El Pueblo No Exige Porque No Está Educado!

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Marco A. León Hernández sin filtros en Voz y Testimonio

La luz tenue del estudio se filtra entre los visillos de una mañana sin prisa en el municipio de Ezequiel Montes. Ahí, entre luces y micrófonos, dos viejos conocidos se reencuentran. Marco Antonio León Hernández —político, académico, sobreviviente de la maquinaria tricolor— y Óscar Alcázar, periodista crítico de hueso colorado, se miran de frente como dos hombres que han visto caer imperios, diluirse ideologías y evolucionar a golpes de realidad.

No es una entrevista cualquiera. Tampoco es un repaso superficial de la coyuntura. Lo que se despliega ante el espectador es una cátedra de conciencia histórica, una reflexión desgarradora sobre el papel que jugó —y dejó de jugar— el Partido Revolucionario Institucional, y sobre todo, una lectura crítica del presente y del pueblo que habita este país.

📜 I. El origen de la ruptura: cuando el PRI se vació de sentido

La conversación inicia con un recuerdo que a la vez es herida: la Asamblea Nacional del PRI, donde Marco Antonio se aferró —quizá como último romántico de la política— a la esperanza de redimir lo irredimible. “Vamos a tratar de rescatar al partido”, decía con vehemencia hace más de dos años. Hoy, ya sin dudas, admite: “No se pudo. El PRI perdió el alma. Y no por accidente, sino por decisión.”

La causa tiene nombre y apellido: Alejandro Moreno Cárdenas, alias «Alito», a quien León Hernández acusa de haberse apropiado del partido como si fuera una franquicia personal. «No solo se encaprichó con el Comité Nacional; eliminó la posibilidad de disenso, de debate interno, de autocrítica. A partir de él, el PRI dejó de ser una opción.»

La memoria se remonta a 1929, cuando el partido nació para contener la guerra entre caudillos. Y luego, al 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo rompieron filas ante la simulación. «Hoy», sentencia Marco, “es peor, porque ya no hay ni simulación ni debate. Solo hay subordinación.”

🧱 II. El PRI en Querétaro: una estructura hueca con dirigencias en ruinas

“Querétaro fue el laboratorio de la descomposición del PRI”, acusa sin rodeos. Con un estilo sobrio y pausado, como quien sabe que cada palabra es un ladrillo, Marco reconstruye los años más oscuros del partido en el estado. Habla de presidentes del partido que duraban menos que un ciclo escolar. De candidatos que, aún con recursos y estructura, perdían por paliza ante desconocidos con apenas tres lonas de propaganda. “¡Diez a uno en Corregidora!”, recuerda.

Los nombres no se ocultan: Juan José Ruiz, Abigail Arredondo, Paul Ospital. Cada uno, en palabras del entrevistado, “más comprometido con sus ambiciones personales que con un proyecto de partido”. ¿El resultado? Un PRI sin identidad, sin proyecto, pero con pueblo. “Porque el PRI sí tiene pueblo”, asegura Marco, “lo que no tiene son dirigentes”.

🧠 III. Cuando ideología y partido dejaron de encontrarse

Una de las frases más potentes del encuentro surge casi sin avisar: “El PRI y el PAN son una contradicción biológica.” La expresión no es gratuita ni provocadora, sino producto de una lectura ideológica coherente. El PRI, argumenta León Hernández, nació de la Revolución Mexicana. El PAN, de su rechazo.

“Fue Gómez Morín quien fundó el PAN desde el Banco de Londres, junto a los empresarios católicos que querían frenar las reformas de Cárdenas.” ¿Cómo se explica entonces que hoy vayan en alianza? ¿Por qué el PRI prefirió una unión artificial con su antagonista histórico antes que fortalecerse y ofrecer una alternativa real?

“No supimos actualizarnos”, confiesa. “La alianza fue una claudicación, no una estrategia.” Y aunque admite que suena idealista, sostiene que lo que hace falta no es más pragmatismo, sino más ideología.

🧩 IV. ¿Traición o congruencia? Las partidas y regresos de Marco

Óscar, fiel a su estilo punzante, no deja pasar la ocasión y lanza la pregunta incómoda: “¿Y tú? ¿Cuántos partidos has pisado?” La respuesta es tan franca como reflexiva: “Yo me fui cuando el PRI dejó de representarme. No busqué cargos. Me fui con Porfirio Muñoz Ledo, me fui con Dante Delgado. Pero no he cambiado de ideas. Mi ideología sigue siendo la misma.”

Aquí surge una de las frases clave de la entrevista: “No es que yo haya cambiado de partido, es que los partidos dejaron de representar lo que decían ser.”

En una época donde cambiar de camiseta es casi sinónimo de cinismo, Marco defiende su trayectoria como una búsqueda constante de congruencia, aunque eso signifique caminar en la orfandad política.

📚 V. El Estado fallido y el pueblo sin rumbo

La entrevista entra entonces a terrenos más profundos, casi filosóficos. Se habla del Estado mexicano como una olla de presión que ha ido soltando vapor —médicos, maestros, ferrocarrileros, guerrillas, feminismos— para evitar el estallido, pero sin resolver los conflictos de fondo.

“La democracia en México es una burbuja. Nos dejan jugar a las elecciones, pero las decisiones ya están tomadas por burócratas y cúpulas.” El poder, afirma, se recicla con los mismos de siempre. “Cambian las siglas, pero no cambian los rostros.”

Y el mayor problema, sentencia, no está arriba, sino abajo: “La gente no exige porque no está educada.” Y aquí se abre otro de los momentos cumbre.

🎓 VI. Educación: la base de la democracia que no fue

“La verdadera democracia empieza en el aula”, asegura Marco. Y enumera: sin pensamiento crítico, no hay ciudadanía; sin ciudadanía, no hay democracia. Y sin democracia, lo que hay es un teatro.

Aquí se invoca a José Vasconcelos, a Paulo Freire, a Pepe Mujica. “No podemos seguir hablando de que el pueblo tiene la culpa si no le hemos dado las herramientas para elegir con conciencia.” Es decir, no se trata de justificar al pueblo, sino de reconocer que sin educación, no hay posibilidad de una ciudadanía libre.

Óscar, que viene del activismo cívico, asiente. Se nota que estas palabras lo atraviesan también.

🏛️ VII. ¿Nueva constitución o nuevo pacto social?

El tema se eleva. Marco propone repensar el Estado desde su base. Se habla de Diego Valadés y la idea de un gobierno de gabinete. Se cuestiona si el presidencialismo mexicano —vertical, omnipresente, clientelar— aún sirve para gobernar un país tan diverso.

Se compara con Italia y España, donde la política funciona a pesar del caos, porque existen estructuras sólidas, partidos responsables y ciudadanía exigente. “Aquí”, dice Marco, “los gobernadores todavía se creen virreyes.”

⚖️ VIII. Justicia, elecciones y el regreso del autoritarismo

La conversación aterriza entonces en un tema de actualidad: la reforma judicial impulsada desde el oficialismo. “Elegir jueces por voto popular es una aberración”, afirma categórico. “¿A quién se le ocurre que la justicia debe responder a las encuestas?”

Se hace un repaso del autoritarismo disfrazado de democracia. Se denuncia la captura de instituciones, la persecución de jueces incómodos y la concentración de poder.

“No necesitamos más votos, necesitamos más leyes justas y más funcionarios valientes.”

🧘 IX. La cita final: el flechador que apunta a la luna

La entrevista cierra con una metáfora luminosa. Marco recuerda una historia que le contaron: un arquero que todos los días lanza una flecha hacia la luna. Sabe que nunca la alcanzará, pero cada día se acerca un milímetro más.

“Así deberíamos ser en política. No importa que no llegues, lo importante es el esfuerzo, el horizonte, el intento.”

Óscar lo escucha en silencio. Se nota que se ha quedado sin más preguntas, pero con muchas respuestas que procesar. El micrófono se apaga, pero algo queda vibrando en el aire.


🧩 Epílogo

Esta no fue una entrevista más. Fue un viaje por la conciencia de un político que no se conforma con el ruido ni con la inmediatez. Marco Antonio León Hernández, con sus cicatrices y sus convicciones, no solo narró la historia de su partido, sino de todo un país que aún no decide si quiere vivir en la oscuridad de la obediencia o en la luz de la conciencia.

Una entrevista como esta no ocurre todos los días. Porque hay pocas voces que, con la misma serenidad con la que se habla del pasado, se atrevan a imaginar el futuro. Y menos aún, a disparar flechas a la luna.

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