¡Ah, Colón, querido municipio! No sabíamos que bajo su apacible cielo se cocinaba una trama digna de una serie de Netflix, protagonizada nada más y nada menos que por Alejandro Ochoa, el exalcalde que, en su tiempo, jugó a ser más intocable que el mismísimo Tony Montana.
Ochoa, para quienes no lo recuerdan —o prefieren olvidarlo—, se hizo famoso no solo por su capacidad de gestión (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), sino por su «poderosa» estrategia de defensa: amenazar a periodistas. Sí, el mismo que levantaba el dedo acusador diciendo que metería a la cárcel a aquellos que osaran exponer sus tropelías, ahora se encuentra en la fila… pero no para cortar el listón de una nueva obra pública, sino para terminar de acomodarse con su uniforme a rayas en el penal de San Juan del Río.
La historia se remonta a 2017, cuando la Fiscalía Especializada en el Combate a la Corrupción recibió una denuncia por tráfico de influencias. Al parecer, Ochoa decidió que la porción de terreno que un desarrollador debía entregar al municipio como equipamiento urbano era mejor recibirla en efectivo. Claro, con el conveniente descuento «de amigo» que solo él sabía negociar, muy por debajo de su valor real. ¿Quién necesita parques o áreas recreativas cuando puedes tener billetes calentitos en la mano?
Pero como todo telenovelón, las vueltas de la vida son caprichosas. Tras años de investigación y después de sortear los malabares legales de su defensa (que, dicho sea de paso, fue más intensa que su propia gestión), la justicia lo alcanzó. ¡Sorpresa! La evidencia era tan contundente que ni los mejores abogados pudieron evitar la condena. Ochoa no sólo tendrá que pasar casi cinco años en prisión, sino que deberá regresar más de 42 millones de pesos al municipio. Sí, esa misma cifra que él probablemente pensó que sería su jubilación anticipada.
Y ahí lo tienen: el hombre que tanto hablaba de justicia y amenazas ahora recibe su ración de karma. No más amenazas a la prensa, no más chanchullos bajo la mesa. De ahora en adelante, Ochoa se unirá al distinguido club de los exfuncionarios que descubren que el tráfico de influencias no lleva a donde uno quiere, sino a un destino mucho menos glamuroso. Porque si algo nos ha enseñado la historia es que, tarde o temprano, los que juegan con fuego se queman… o terminan con una condena por corrupción.
Y mientras el municipio de Colón se prepara para recuperar lo que es suyo, nosotros, los simples mortales, disfrutamos del espectáculo. Porque no cabe duda: cuando la justicia llega, no solo es divina, sino que a veces tiene un gran sentido del humor.