Jamás pensé que en mi vida volvería a ver tan cerquita la muerte como en esta ocasión, con anterioridad me habían advertido de su llegada, pero nunca lo tomé tan en serio como esta vez, en la que casi sentí como su aliento me respiraba en la cara, esperando que bajara la guardia o le diera la espalda para que se apoderara de mí y dejara apenas mis restos mortuorios en el lecho donde nunca perdí la esperanza de salir adelante.
¿Donde me contagie?
¿Dónde se apodero de mi este virus que ha tomado en el mundo más de 2 millones de personas según datos oficiales, pero del que se asegura han sido varios millones más? no lo sé; he estado intentando reflexionar cómo fue o dónde lo pesqué para intentar resolver las interrogantes, cómo o dónde fallé en mis cuidados, pero por más que le doy vuelta, mis esfuerzos o mis pistas no me llevan por ningún camino.
La certeza de dónde me abordó no la tengo, pero lo que si sé, es que el 6 de Enero ya tenía algo de tos, pero yo pensé que era parte de la expectoración que no me ha dejado desde el día que cumplí 50 años en el que por un descuido y una noche helada al calor de una fogata comenzó y que hoy después de 3 años, aun me perseguía sin que ningún galeno me pudiera ayudar a quitármela de encima.
Era el cumpleaños de mi padre y como hacía muchos días que no había visto a mis mentores, decidí ir a visitarlos a pesar de las recomendaciones de las autoridades sanitarias de no acercarnos a los adultos mayores, lo hice, cosa que hoy me pesa en el alma y en el corazón, ya que puse en riesgo la propia vida de mis padres y de toda mi familia en su conjunto.
Apenas éramos 9 personas en la casa, y el cálculo era que no había mucho riesgo, pero no fue así, no conforme con eso, fui a visitar a mi ex-suegra que en 2 días más le harían una intervención quirúrgica muy delicada y temía no volverla a ver, pero al parecer no fui al único que se le ocurrió esa idea y ahí coincidimos no menos de 15 personas.
Al ver a tanta gente, decidí tomar un poco de distancia y extremar precauciones; afortunadamente para ellos, ninguno de los que estuvieron más cercanos a mí en esa reunión se contagiaron, lo que al final me dio un poco de alivio.
Como comenzó todo
Al día siguiente comencé a sentir un mayor malestar en el cuerpo, la tos se incrementó pero aun creo que no era nada serio, ya que hasta los primeras horas del día no tenía calentura ni nada que me diera señales de alarma mayores.
Por la noche comencé con temperatura y a sentir los primeros estragos de la enfermedad.
En ese momento no tenía ni la menor idea de lo que me esperaba, pero mi inconsciente me dictaba que podía ser una simple gripa fruto de la temporada invernal, aunque me resultaba extraño porque me había vacunado apenas en diciembre pero pensé que no había corrido con tanta suerte como el año pasado, por lo que terminé resignándome al respecto.
En toda la noche la calentura no cedió y los pocos ratos que alcance a conciliar el sueño las pesadillas no me abandonaron.
Al día siguiente fue lo mismo que la noche anterior, la calentura alcanzaba a llegar casi a 39 grados y el malestar en todo el cuerpo se agudizaba.
El dolor de huesos y las articulaciones era casi insoportable, la temperatura seguía sin bajar y la visita al doctor fue inminente, por lo que acudía con el galeno Manuel Martínez, quien como yo, pensó que era una gripe y me dio tratamiento para aminorar los síntomas y me recuperara lo más pronto posible.
La intervención de mi médico de cabecera
Manuel es mi médico de cabecera y en muchas ocasiones rápido me ha sacado de una gripa sin mayor dificultad, pero en esta ocasión fue distinto.
La temperatura nunca en más de 2 semanas dejó de estar presente, el primer tratamiento me lo terminé y nada cambio en mis síntomas, al contrario, comencé a empeorar conforme avanzaban los días.
Mi oxigenación apenas llegaba a 89 cuando lo normal era de 91 a 96 cuando menos, el dolor de cuerpo empeoraba y el pecho y la espalda comenzaba a doler con más intensidad.
Mis primeras plegarias
En esos momentos le rogaba a Dios que eso que tenía fuera el mentado Covid-19, porque de no ser así, estaba seguro que si me daba, no lo podría resistir, ya que era un infierno no poder dormir y seguir con temperatura y dolores por todo el cuerpo.
En el tercer día las noticias que recibía por teléfono agravaban mi estado de ánimo; mi padre y mi madre comenzaban a tener síntomas de “gripe” y mis hijos y mi mujer, todos estaban pasando por lo mismo.
Al hacer la cuenta de mis familiares más cercanos contagiados éramos 13 y de un momento a otro formábamos parte de las estadísticas de contagio de esta pandemia que no estábamos contabilizados por ninguna parte para el gobierno.
La Confirmación de Covid
Al terminarme el primer tratamiento, que no fue barato, el médico me pidió que me hiciera la prueba para estar seguro de qué era con lo que estábamos tratando, por lo que acudí de inmediato a un laboratorio particular a hacerme el reactivo y la “buena noticia” apareció, ¡SI ERA COVID!, resultado: positivo.
Acudí nuevamente con el galeno y me dio un nuevo tratamiento, que por cierto no resultó nada económico, pero no quería morir y tenía mucha confianza en que Manuel me sacaría adelante y ponía mi vida en sus manos y que fuera lo que Dios quisiera.
Los primeros días (1 o 2) no vi ninguna mejoría y acudí nuevamente con el galeno, quien conforme pasaban los días me seguía recetando nuevos medicamentos.
La oxigenación seguía bajando y entonces fue cuando comenzó el verdadero calvario, había que conseguir un tanque de oxígeno a como diera lugar antes de que se siguiera complicando el problema de los pulmones.
El viacrucis para curarme
Ahí fue donde me di cuenta del verdadero problema por el que estaban pasando miles o quizás millones de familias en México; la falta de tanques me develó lo que estaba ocurriendo en el país, un problema con distintas aristas del que no me había percatado hasta ese momento.
Tratar de conseguir un tanque prestado, rentado o vendido fue poco menos que imposible, mi familiar quien nunca dejó de persistir e insistir por todos lados para obtenerlo, finalmente rindió fruto.
Ella había insistido por todos los medios a su disposición (llamadas telefónicas, redes sociales, y hasta anuncios publicados) de ver quien nos podía facilitar uno, los primeros contactos que logró le vendían un tanque muy pequeño y a precio de oro, más de 40 mil pesos.
El oxigenador hasta en 150 mil pesos, o la renta en 3 mil pesos por semana, los precios eran completamente irrisorios, el mercado estaba abierto y si lo querías era a precios elevadísimos.
La escasez de recursos
La desesperación nos estaba empujando a tener que conseguir el dinero para comprarlo, ya que en renta no conseguíamos en ese momento, pero en ese inter, se nos atravesaron varios ángeles en el camino.
Primero una de sus amigas le comentó que había publicado en un grupo de Whatsapp la búsqueda del tanque de oxígeno y que una señora tenía uno que nos podía prestar.
Le marcó y sin pensarlo le dijo que sí, que con mucho gusto se lo prestaba y lo mejor de todo que sin ningún costo.
Otra amiga de ella se ofreció a prestarle otro, aunque era muy pequeñito, pero de algo serviría.
La presidencia de Cadereyta, también nos prestó uno pequeño.
Ya teníamos 3, dos pequeños y uno un poco más grande para enfrentar la enfermedad, ahora a ver cómo se le hacía para el llenado y cuanto nos duraban.
La Falta de oxígeno
El siguiente barrera que tuvo que enfrentar mi mujer fue la falta de disponibilidad de oxígeno en el mercado, por lo que tenía que andar buscando a las altas horas de la madrugada para hacer fila para nseguirlo, o de plano muy tarde.
La sorpresa fue inmediata, los chicos la primera vez nos los llenaron en $300.00 pesos, creímos que quizás nos servirían para un día o 2, pero nuestra sorpresa fue que sólo alcanzo para 2 horas.
Mientras que el grande nos lo llenaban en $1,900.00 y nos alcanzó para poco más de medio día.
La sorpresa era descomunal, los gastos seguían creciendo y mis familiares también necesitaban tanques (por lo menos 2 de ellos).
La desesperación por el dinero comenzaba a invadirme, afortunadamente logré conseguir dinero para solventar parte del enorme gasto que se estaba haciendo y yo apoquinando la mayoría de las necesidades de los que estábamos mal.
Eso me trajo un poco de alivio pero la enfermedad aun estaba haciendo estragos en mi cuerpo.
La temperatura seguía sin ceder y el consumo de oxígeno era descomunal.
El profesionalismo de un médico
Como todo un profesional, el Dr. Manuel todos los días pedía reporte de mis signos vitales, oxigenación, temperatura, azúcar, presión arterial, y verificación de la dieta, de la cual se me tenía que tomar por lo menos cada 2 horas.
Con esos datos todos los días iba ajustando el medicamento o las acciones a seguir.
Cuando ya estaba mejor, el mismo doctor me confesó que sentía que no llegaría al final, y estaba muy preocupado, pero finalmente la alcancé a brincar.
Hoy ya me siento mejor, o mucho mejor que los primeros días, pero en el camino me enteré de varios compañeros y amigos que perdieron la lucha en un ratito.
Mis compañeros caídos por la enfermedad
Uno de ellos Francisco Maldonado Muñoz y Juan Arandas, quienes en esos días perdieron la batalla, lo que me entristeció y me preocupo por saber cuál sería realmente mi destino en esta prueba que me estaba poniendo el Gran Creador del Universo.
Hoy a pocos días de mi recuperación, doy gracias a Dios y quienes estuvieron al frente de mi recuperación, pero sobre todo a mi mujer y mi familia que estuvo al pie del cañón alentándome y sobre todo no dejándome caer y haciendo hasta lo imposible para sacarme adelante.
A mis amigos como Rodrigo Mejía quien hasta donde estaba me llevó medicamento, a muchos, a quienes me aportaron un granito de arena para solventar mis gastos.
A todos les agradezco por hacer posible que haya enfrentado este reto p«àra salir adelante, con el alma en el corazón les agradezco el que hoy esté vivo para seguir sirviendo en lo que más me gusta, mi pasión que es el periodismo y ayudar y contribuir con mi trabajo a tanta gente que lo necesita para tener un entorno mejor.
Muchas, muchísimas gracias a todos.